Hay una amplia coincidencia entre
quienes ven con desconfianza la posibilidad de un nuevo gobierno federal encabezado
por el PRI, en el sentido de que éste traerá aparejada la revitalización de los
cacicazgos de todo tipo que durante los años de la hegemonía de ese partido funcionaron
en el país. La alianza entre Enrique Peña Nieto y Elba Esther Gordillo por
medio del ex gobernador Osorio Chong es la más repudiada aunque no la única.
Los cacicazgos en México se dan
desde tiempos prehispánicos, y los españoles respetaron esta forma de poder
local asociándolo a las capitanías. A lo largo de la historia estos cacicazgos han
subrayado la ausencia de una cultura ciudadana.
Lo que todavía está por verse es si, en términos de la teoría del
desarrollo, los cacicazgos son per se tradicionales
y contrarios a la modernización. Si nos atenemos a la bibliografía sobre el
tema, las dos valencias se encuentran en el problema.
El cacicazgo es una forma directa
y poco institucional de control de los hombres, pero en el caso de Juan
Álvarez, por ejemplo, dio como resultado el Plan de Ayutla y los
acontecimientos posteriores que desembocaron en la República Restaurada y el
inicio de la modernización del país. Es por esto que incluso panistas como Josefina
Vázquez Mota habla de cacicazgos corruptos, haciendo referencia no a la forma
tradicional de dominación sino de la degeneración de ésta. A pesar de que el
PAN conoció y combatió a los caciques durante años, pueden distinguir entre
unos y otros.
Durante el periodo de la
secularización, que coincide con la
hegemonía del partido nacional en sus diferentes versiones (PNR, PRM, PRI), los
caciques estuvieron de parte de este proyecto, el cual dio como resultado una etapa
en el proceso de modernización del país. En el interior del PRI, en la época de
Adolfo López Mateos, hubo una lucha contra caciques como Gonzalo N. Santos en
San Luis Potosí y Leobardo Reynoso en Zacatecas. El cacicazgo ha existido y
seguirá vivo mientras el desarrollo político del país no conduzca a la
formación de ciudadanos.
En el actual proceso electoral no
podemos prever que un candidato u otro favorezcan la aparición de neocacicazgos.
Hasta ahora sólo hemos visto la preparación de la entrada en escena de un clientelismo
populista dispuesto a provocar conflictos y obstaculizar la dinámica de
competencia que acompaña a las campañas políticas. Una parte de la organización
perredista, conformada por capas de la población que no han encontrado las
condiciones para elevar sus niveles de bienestar convirtiéndose en una masa
seguidora de un caudillo, ha comenzado a activarse. Estas masas son poblaciones
alejadas de la Ilustración mexicana que se desarrolló durante el siglo XX, y
que se prestan a los excesos de sus dirigentes, sin asomo de racionalidad.
Esta clientela masificada y
sensible a la demagogia, que lo mismo bloquea calles, agrede a oponentes
y realiza destrozos, pareció activarse para provocar tensión en el evento de
los banqueros en Acapulco. Nada ocurrió, pero todavía restan varias semanas a
las campañas presidenciales que pueden deparar sorpresas en este terreno, como
las acciones que realizarán los mineros seguidores del cacique sindical Napoleón
Gómez Urrutia, quien se ha sumado a la campaña del candidato de la alianza de
las izquierdas.