martes, 27 de septiembre de 2011

Aprovechar las redes sociales

El New York Times publicó el sábado pasado, la destacada importancia de las redes sociales en la lucha contra el narcotráfico en México. Hasta ahora teníamos la idea equivocada, de un uso frívolo, pasatiempo de los ni-nis. Otros, pensaban, se debían utilizar mas en los negocios. Sin embargo la sociedad civil ha encontrado el uso para alertarse del crimen organizado y responder así a la situación de emergencia.
En situaciones de apremio, se explica la situación de Veracruz donde se dieron alertas falsas. En esta lógica de alerta extrema se explican los excesos. Aquí la ciudadanía se impondrá a los representantes que frenan sus formas espontáneas de expresión. En las sociedades del conocimiento, la innovación es inmediatamente absorbida y utilizada.
En realidad las localidades afectadas por la violencia viven una calma tensa y mucho tedio, como resultado del fastidio de no poder llevar una vida normal y tranquila, tal cual era su costumbre.
Pero si bien hay enfado y en las víctimas indignación se ha encontrado un recurso transformador y pacífico instrumento de cambio en la agobiante situación mexicana.  

viernes, 16 de septiembre de 2011

A sesenta años de la fundación de la FCPyS


 
Agradezco la invitación a participar en este evento, organizado para celebrar las primeras seis décadas de vida de la Facultad. Cuando la doctora Ángeles Sánchez tuvo la gentileza de invitarme, le propuse tratar un aspecto que me parece importante subrayar: el contexto en el cual se toma la decisión de fundar una escuela dedicada al estudio de las ciencias sociales, y las ideas que Lucio Mendieta y Núñez, impulsor de la propuesta, tenía acerca de las características que debería tener.

Recordé que David Easton --cuando se plantea hacer una revisión del estado de la ciencia política en la segunda mitad de la década de 1980 y principios de 1991--, destaca la importancia de estudiar la historia del desarrollo metodológico de la disciplina, cuidando siempre de establecer la relación con el contexto en que se produce dicho desarrollo.

La modernización del país, y de la UNAM en particular, constituye el contexto en que surge la propuesta de crear la Escuela Nacional de Ciencias Políticas y Sociales. Lucio Mendieta y Núñez, director del Instituto de Investigaciones Sociales durante 27 años (desde su fundación en 1939 hasta 1966), --y a quien, con razón, se le atribuyen los esfuerzos por dar vida a la idea de crear un centro de enseñanza de las ciencias sociales en el país--, escribió pocos años después de la inauguración de la Escuela, su visión acerca de la situación que atravesaba el país en el momento en que se discute y se decide el establecimiento de la nueva escuela.

El creador de los planes de estudio de las cinco licenciaturas que se propusieron al Consejo Universitario (Ciencias Políticas, Ciencias Sociales, Ciencias Diplomáticas, Periodismo y Ciencias Administrativas) consideraba que México estaba aún lejos de superar “los defectos y vicios [que han marcado su] evolución social y política”. Sin embargo, el país se encontraba ante una oportunidad histórica: el gobierno, “formado por distinguidos universitarios”, daba su apoyo a la Universidad construyendo las instalaciones de Ciudad Universitaria y confiándole la función de docencia, investigación y difusión de la cultura.

Esta muestra de confianza se fundaba en la transformación esperada por el gobierno, en primer lugar, pero también por el país.  Las autoridades universitarias --de manera destacada el rector Luis Garrido quien apoyó de manera decisiva la fundación de la escuela--, confiaban en que la Universidad respondería favorablemente al reto planteado. Y el doctor Mendieta y Núñez no titubeó al establecer en quien quedaba la responsabilidad principal: eran los profesores y alumnos de la nueva escuela quienes tenían que cobrar conciencia de la importancia de desarrollar las ciencias sociales en un país con tantos problemas y en un mundo al “borde de una catástrofe” provocada por la pobre percepción de la “interdependencia universal”.

La guerra fría que amenazaba la sobrevivencia de los seres humanos creaba un sentimiento de incertidumbre e inseguridad en los hombres ilustrados de México, que ponían su empeño en el desarrollo de las disciplinas sociales para crear una organización capaz de transformar las condiciones imperantes en el país, y contribuir a un mundo más pacífico, que pusiera al servicio de la humanidad las conquistas del hombre.

Los avances de la ciencia y la tecnología que, de forma inaceptable se traducían en una carrera armamentista que alimentaba una confrontación político-ideológica sin tregua, condujeron a universitarios como Lucio Mendieta y Núñez a confiar en la educación, en la profesionalización de los políticos y los servidores públicos, para contar con hombres “preparados en el campo de la cultura, con visión amplia y generosa”.  Era el antídoto a la política del terror que se vivía.

En el caso específico de la carrera de ciencia política se pensó fundamentalmente en crear políticos profesionales. José López Portillo, entonces profesor de la escuela, escribió en 1957 el artículo “La utilidad nacional de la carrera de Ciencias Políticas”. Según él, le resultaba desconcertante la reacción observada en algunos que escuchaban por primera vez sobre de la existencia de una licenciatura en Ciencias Políticas. La sonrisa esbozada “no era extraña en un país de maravillosa improvisación”.

La Escuela de Ciencias Políticas no había creado un plan de estudios para una nueva profesión de tipo liberal, sino que daba respuesta a una vocación de carácter colectivo, de quienes aspiraban a “vivir en una sociedad mejor”. Por lo cual se esperaba que sus egresados fueran a los sindicatos, gremios, partidos políticos tendiendo hacia su natural destino: el Estado, el puesto de elección o de designación.

El político con estudios, con trabajo de investigación, se esperaba fuera un hombre de acción distinto a muchos de los que el país había conocido y padecido. Una cruel paradoja en la vida de este profesor que compartió en un primer momento la convicción de que la formación universitaria daría a los políticos la mesura y la inteligencia necesarias para conducir las riendas de un país en proceso de modernización.




lunes, 5 de septiembre de 2011

CLIVAGES Y PARTIDOS NACIONALES EN MÉXICO





El reinicio de la vida constitucional al finalizar la Revolución Mexicana hizo surgir los clivages decisivos en la conformación del sistema de partidos en México durante el siglo XX, los cuales en la actualidad, podemos afirmar,  han sufrido una recomposición.

Más que desaparecer, las divisiones se expresan en términos acordes con la situación imperante en el país, después del largo proceso de transformación política vivido.   En esta presentación haré referencia a dos clivages que resultan de particular interés y sobre los cuales particularizarán otras ponencias.

         El 6 de febrero de 1917, un día después de haber sido promulgada la constitución política vigente, el Primer Jefe del Ejército Constitucionalista y encargado del Poder Ejecutivo de la Unión, convocó a elecciones extraordinarias de Presidente de la República, Diputados federales  y Senadores, con base en la Ley Electoral de esa fecha.

         De esta forma, el régimen de la Revolución Mexicana inauguraba y reconocía la gran ruptura, el clivage, que sería su objetivo histórico durante todo el siglo XX. Puntualmente, del 6 de febrero de 1917 al 6 de julio de 2000 la nación mexicana se ocupó de organizar sus diferentes planos históricos y lograr la gran tarea emprendida de ser una nación soberana y democrática, la cual se había propuesto desde el Congreso de Apatzingán.

         Efectivamente, la tendencia historiográfica política contemporánea no quiere repetir argumentos con olor a antiguo régimen priísta, pero hay el suficiente material historiográfico para afirmar que la búsqueda de la nación mexicana, desde hace dos siglos, es la búsqueda de una nación ilustrada, liberal y enemiga del totalitarismo.

         Si los clivages, como los plantean Lipset y Rokkan, pero también Dahl y Lijphart, son la búsqueda histórica de los elementos que, sustentados o no matemáticamente, dan como resultado una determinada democracia, como es el caso de la democracia madisoniana. Ese arranque en México puede ser adoptado histórica y comparativamente sin problema.

         No intentaré presentar a ustedes un ejercicio comparativo como hacen los autores señalados, pero sí señalaré que, independientemente de las formaciones metodológicas el caso mexicano cumple los requerimientos, e intentaré demostrarlo.        

Una de las divisiones o clivages básicos es el de centro-periferia. Efectivamente, durante el periodo colonial México vivió tres siglos de un regionalismo, que la transformación en república federal, y el cumplimiento de la disposición territorial en el título II de la Constitución de 1917, no pudo cambiar. 

La organización colonial trajo consigo la relación territorial y comunal que se conservó con su orden propio desde tiempos prehispánicos. Ésta fue violentada y transformada para dar paso a la república federal.

         Un primer plano de organización se establece: la relación centro-periferia, provincias-capital. La mera geografía trae aparejada una manera de elucidar los problemas que se habían presentado en el pasado pero ahora se ha buscado resolverlos de manera menos violenta. La relación comunidad-ciudad productiva, que se resuelve como “arriba pueblos, abajo haciendas”, y que es la historia del municipio mexicano hasta 1983, da un nuevo gobierno, lo cual fue compuso el caciquismo del siglo XX, problema que se enfrentó en los años 60.      El clivaje centro-periferia mantiene su vigencia hasta el día de hoy como expresión de una división entre poder central - poderes locales. La destrucción del poder central, como resultado de la guerra civil que vivió el país a partir de 1910, obligó a la creación de nuevas relaciones político-institucionales, proceso que se extendió más allá de la promulgación de la constitución política de 1917.

En este período funcionaron agrupaciones políticas previas a la formación de partidos políticos, organizadas en apoyo de un líder (un caudillo revolucionario) o para expresar reivindicaciones de tipo específico, muchas veces de carácter regional. El conflicto entre grupos de poder regional que se disputaban el poder central fue la característica de la vida política hasta la formación del Partido Nacional Revolucionario (PNR), concebido como un intento por unificar a los ex revolucionarios, y organizar la búsqueda del poder por medio de una organización expresamente creada para ello.

La transformación del PNR en el Partido de la Revolución Mexicana (PRM) implicó la introducción de formas de organización como la afiliación indirecta por medio de grandes centrales obreras y campesinas, que permitieron continuar el proceso de centralización del poder, que a partir de entonces daría al presidente de la República el papel protagónico desempeñado durante las décadas en que México tuvo un sistema de partido hegemónico.      

La disciplina impuesta desde la capital política del país fue llegando a estados y municipios que terminaron por acatar, en ocasiones después de haber intentado resistir, decisiones tomadas a cientos de kilómetros de distancia. Conflictos y negociaciones entre distintos niveles de gobierno, y entre el gobierno federal y los poderes informales –como los caciques-- formaron parte de la normalidad autoritaria, una realidad que tiende a ignorarse cuando se presenta al presidente de la República como un poder omnímodo. Sin duda el presidente recurría a la imposición para resolver conflictos surgidos con políticos de los estados, pero generalmente esto ocurría cuando el intento de negociación había fracasado.

El cambio iniciado con la reforma político-electoral de 1977 trajo como consecuencia, pocos años más tarde, la modificación constitucional para establecer un mayor equilibrio en las relaciones entre la federación y los estados. El inicio del desmantelamiento del centralismo significó, entre otras cosas, la puesta en marcha de un nuevo federalismo. La fracción VII del artículo 116 constitucional –modificado en 1987-- da cabida a la concepción del federalismo cooperativo que, de acuerdo a autores como Luis Aguilar, se fue construyendo en las últimas décadas del siglo XX sobre la base del principio de la equidad institucional. “Este nuevo federalismo reconocería las diferencias y autonomías de los gobiernos, pero su acento estaría puesto en las oportunidades y tareas de cooperación y corresponsabilidad.”[1]  

En materia municipal, la reforma constitucional de 1983 ha sido considerada como la más importante, pues:

1)    Elevó a rango constitucional los lineamientos para la suspensión y desaparición de ayuntamientos, así como para la revocación de munícipes.

2)    Se estableció el sistema de representación proporcional para todos los municipios.[2]

Después, mediante reformas de 1987, 1999 y 2008, se introdujeron preceptos que fortalecen al municipio como ámbito de gobierno que goza de autonomía. Los resultados no son satisfactorios en todos los casos: el robustecimiento de las finanzas municipales a partir de 1983 no se acompañó de la definición de límites y obligaciones precisas de transparentar el manejo de los recursos municipales. Así, la libre administración de la hacienda municipal[3] se ha interpretado de manera poco escrupulosa por autoridades de diversos municipios.  

Los cambios más recientes,  como la instauración de los juicios orales  y la coordinación de los tres órganos de gobierno en materia de seguridad pública, apenas han comenzado a instrumentarse en un número muy reducido de entidades.

         Pero más allá de las disposiciones a favor del nuevo federalismo, la pluralidad política existente actualmente, y que se manifiesta en gobiernos de las entidades federativas surgidos de los tres grandes partidos, PAN, PRI y PRD, ha dado lugar a nuevas manifestaciones de relación entre el gobierno federal y los estatales.

Hay, conforme a los principios básicos del federalismo, relaciones de cooperación entre los tres órdenes de gobierno que funcionan de manera regular. Conocemos también de los conflictos que surgen entre instancias federales y estatales, sobre todo en situaciones de crisis, cuando los problemas se exacerban; y como, una vez superadas esas situaciones se reduce el nivel de conflictividad. Pienso por ejemplo en las acusaciones entre los distintos niveles de gobiernos y organismos públicos, cada vez que las lluvias producen desbordamientos e inundaciones en la zona metropolitana de la Ciudad de México.

Los aspectos novedosos en este contexto tienen que ver con la competencia existente entre gobiernos de partidos diferentes. Los partidos buscan mantener las posiciones obtenidas, o lograr la alternancia mediante la proyección de una imagen a nivel nacional. Los aciertos se difunden más allá de las fronteras locales y estatales, promoviendo a líderes llamados a disputar la presidencia de la República. Y en esta lucha por captar los votos, subrayando los errores del partido rival que se encuentra en el poder, ha cobrado relevancia la actuación de los gobernadores de los estados, en el pasado sometidos a la disciplina impuesta desde el centro.         

         Es decir, las diferencias entre el centro y la periferia se mantienen, ha vuelto a cobrar vigencia tras la desaparición del sistema de partido hegemónico, pero ahora se inscribe claramente en la disputa del poder entre partidos políticos.

         Un segundo clivage que históricamente se ha manifestado es el religioso. En la etapa postrevolucionaria se expresa en un primer momento como una ruptura entre clericales y anticlericales que desemboca en una confrontación armada. El fin de la persecución religiosa permite el surgimiento de un partido de oposición al partido en el poder, para entonces llamado Partido de la Revolución Mexicana (PRM).

El PRM fue concebido como un partido de masas, clasista, de afiliación indirecta, formado por sectores que integraban a campesinos, obreros, clases populares y militares. En contraposición, el Partido Acción Nacional se crea como una organización de crecimiento controlado, conducida por profesionistas contrarios a la concepción del ejercicio de la política por el grupo en el poder, con un programa de acción inspirado en los valores de la doctrina social de la Iglesia católica. Durante décadas el PAN se mantuvo como la voz de una minoría que impugnaba lo que desde su perspectiva constituían los abusos de poder de la clase política, y sin negar u ocultar sus creencias religiosas.

Los triunfos electorales del PAN, que lo llevaron a encabezar gobiernos municipales, estatales y a partir del año 2000 la presidencia de la República, fueron vistos por una parte del electorado –principalmente los votantes identificados con el PRI y el PRD— como una amenaza al laicismo existente, proveniente de grupos de derecha con inocultable ánimo revanchista.

La consolidada presencia de órdenes religiosas en las escuelas privadas ponía la mirada en ese sector. Los temores fundados en la experiencia de décadas anteriores acerca del intento de revertir la obligación del Estado de impartir educación laica y gratuita, han fortalecido la defensa del laicismo. Como demuestran las encuestas sobre cultura política, la mayoría de la población se opone a un retroceso en este terreno.

El clivage religioso se expresa en la actualidad, por un lado, entre los grupos ultraconservadores y el clero católico, opuestos al aborto y temas vinculados con la salud reproductiva,  y los grupos a favor de esas prácticas condenadas por la Iglesia Católica.

Concluyo mi intervención simplemente señalando que en su expresión actual, dos de los principales temas que dividen a la sociedad mexicana son las relaciones entre federación y entidades federativas, el viejo clivage centro-periferia; y, en términos ideológicos, las visiones conservadoras, estrechamente ligadas a las proporcionadas por la religión, en particular la católica, y posturas socialmente avanzadas, de nuevas formas de organización de la sociedad más solidarias, tolerantes, las cuales identifican a la izquierda en nuestros días.                   



[1] Jaime Cárdenas Gracia, “Comentario al artículo 116 constitucional”, en Instituto de Investigaciones Jurídicas, Constitución política de los Estados Unidos Mexicanos, Comentada y Concordada, tomo IV, México, Porrúa/UNAM, 20ª ed., 2009, p. 438.  
[2] “Comentario al artículo 115 constitucional”, ibid., p. 393.
[3] Esta se compone de los rendimientos de los bienes que constituyen patrimonio del municipio, de las contribuciones y otros ingresos que las legislaturas establezcan a su favor, y las participaciones federales, que siguen siendo el ingreso fundamental. Artículo 115, fracción IV.
La delgada frontera del crimen organizado:

En la vida, el tiempo libre, la actividad lúdica y el juego son normales, a estas actividades vienen aparejadas otras como los estimulantes y las drogas, de ahí hay una frontera muy delgada con la ilegalidad, si alguien decide no pagar sus deudas por la droga que consumió o las deudas de juego que contrajo, es necesario usar la coacción  y la única violencia legal existente es la del Estado, pero aparte de los bandoleros que no se adaptan al nuevo orden existente  están las pandillas y grupos encargados de usar la fuerza ilegalmente, eso es lo que entiendo por crimen organizado.

En México la historia de la criminalidad organizada, está documentada  desde “Los bandidos de rio frio” de Manuel Payno,  luego durante los años del porfiriato hay un  acuerdo como documenta Vander wood con la Acordada: la policía rural de Díaz. En 1915 poco después de la caída del antiguo régimen la banda del automóvil gris plantea otro problema de entendimiento entre policías y ladrones, había que comparar y esclarecer si este entendimiento no es en mayor o menor grado algo universal, durante los años de la prohibición en la frontera florece la diversión y el giro negro, Tijuana es un ejemplo, otro lo es la siembra de amapola que llega entre 1880 y 1920 con los chinos y se desarrolla a partir de 1939 con la Segunda Guerra mundial como anestésico.

Es por estos años que diversión, esparcimiento y una creciente utilidad del tiempo libre, vuelve al crimen organizado capitalista, se vuelve una industria y se desarrolla en centros vacacionales como Puerto Rico, Cuba y quiere penetrar a México a través de Acapulco como lo señala Juan Alberto Zedillo en su libro “La cosa nostra en México. 1938 1950”.

En su historia de la mafia Giuseppe Carlo Marino, llega a señalar que Lucky Luciano era miembro incluso de los servicios secretos norteamericanos, hay una delgada frontera entre el crimen organizado, actividades licitas y necesidades de cierto tipo de esparcimiento, también se explica la agresividad pero la violencia, el delito y el excesivo grado de violencia local, coloca al  país con un grado de delincuencia, como ciertos  grupos  lo practicaron en los  Estados Unidos, en la conquista del Oeste y la prohibición.

jueves, 1 de septiembre de 2011

Acerca del crimen organizado

En el tiempo libre, la actividad lúdica, el juego es normal. A estas actividades vienen aparejadas otras, como la pérdida de conciencia: los estimulantes y las drogas. En ese principio de placer hay una frontera muy delgada con la ilegalidad. Si alguien decide no pagar sus deudas, la droga que consumió o las deudas de juego que contrajo, se necesita la coacción y la única violencialegal  existente es la del Estado. Por eso además, de los bandoleros desadaptados, al orden existente, están las pandillas y grupos encargados de usar la fuerza ilegalmente. Es eso lo que entiendo por crimen organizado.