lunes, 26 de febrero de 2018

La Tecnocracia I


Como habíamos dicho Henri de Saint Simón, ve en los Ingenieros la forma de poder que los técnicos detentan en la sociedad contemporánea, ¿cuáles formas de organización de este poder sueña y cuáles de ellas son extendidas, la existencia de un poder de técnicos y de especialistas es tan viejo como la organización social. Las finanzas, el ejército, la policía tienen en todo tiempo sus formas más elementales y sus formas actuales que son extraordinariamente elaboradas y dotan de los medios políticos a los medios de ejercer su poder y también de revoluciones siendo que las revoluciones y los golpes de estado han sido fomentados a la sombra de las espadas. Lo anterior lo señala Jacques Billy en su libro Les Technocrates (PUF). Sería interesante siguiendo a Billy escribir esta historia de la dependencia del poder político en relación con el poder técnico.

También se entiende por Tecnocracia el control de la dirección de la sociedad por técnicos mudos por los imperativos técnico-económicos inicialmente el diseño fue presentado en los años 1931-1933 al público americano por el Movimiento tecnocrático. Este movimiento nace en Nueva York y se constituye como grupo de estudios alrededor de Howard Scott personalidad carismática que prevalece con una experiencia técnica y universal. Inspirándose de Thorstein Veblen , Scott afirma qué la revolución tecnológica va a hacer caducos a los conceptos económicos. La aceptación de aquellos era en efecto esta necesidad establecida en función de la “escasez de los bienes económicos” la cual se había instituido como principio de todo pensamiento económico anuncia el desfondamiento inminente “del sistema de mercado”. (Sistema de Precios) y su remplazo por una bien manufacturada tecnocracia.

Frecuentada por las crisis económicas que acaba de conocer, los Estados Unidos de América acogen favorablemente esta teoría económica, y ve nacer innumerables movimientos tecnocráticos que se desarrollan en el otoño de 1932 pero cesan algunas meses más tarde.

Para ciertos sociólogos contemporáneos los tecnócratas son técnicos que pueden imponer su poder tanto a los políticos tradicionales como a los propietarios de las grandes compañías. Gobernando o siendo criticados por gobernar a través de la técnica la cual es vista como una sociedad mecánica y se le reprocha una visión deshumanizada de la sociedad; para otros no ofrecen soluciones de (organización).

Pero otros todavía consideran a los tecnócratas como funcionarios de realismo in suficientemente responsables y para otros son servidores del poder establecido.
Del uso peyorativo al calificativo de la tecnocracia permanece que en una sociedad manager, directores técnicos o de cualquier otra manera. No son servidores públicos y su incumbencia es la de ejercer sus competencias en un orden de políticas limitadas.

Pero también que ellos mismos sean conscientes o no de operar y de asumir por esta vía incluso un conjunto de selecciones políticas. Enciclopedia Universalis p. 2051.
Para John Kenneth Galbraith el juego tiene entre sus elementos a la tecnoestructura y a los bienes compensatorios en el Nuevo Estado Industrial.

Reconsiderando y ampliando temas ya tratados en “La era de la opulencia”, el economista norteamericano John Kenneth Galbraith (nacido en 1908) se propuso en “El Nuevo Estado industrial” —cuya primera edición en los Estados Unidos data de 1967— describir el sistema económico norteamericano tal como se presta al análisis cien años después de la publicación de “El capital” de Karl Marx. Se trata de un estudio de las transformaciones que al autor considera inseparables de un análisis global, y que lo conducen a llevar su reflexión más allá del campo económico, en una perspectiva política y también ética.

En la primera parte, Galbraith expone los fenómenos que considera más típicos de la vida económica norteamericana: entre quinientas y seiscientas firmas controlan la mitad del producto nacional; el desarrollo acelerado de la tecnología ha sido paralelo a la concentración financiera; la transformación del papel de los sindicatos y del Estado; y el surgimiento de una tecnoestructura (formada por todos aquellos que aportan conocimientos especializados, cerebros o experiencia a los grupos que toman las decisiones). Galbraith considera que la importancia creciente del papel desempeñado por la tecnología priva del poder de decisión a los propietarios del capital, exige el empleo masivo de aquél y, al mismo tiempo, con el fin de cubrir los riesgos, un enorme fortalecimiento del Estado, una de cuyas principales funciones consiste en la regulación de la demanda.

En manos de las grandes empresas y del Estado que las sustenta, la tecnología avanzada torna caducas —según Galbraith- las leyes de mercado establecidas por la economía política clásica. Además, la iniciativa de decidir lo que ha de producirse no corresponde al consumidor sino a las grandes organizaciones productoras. Su puesta en marcha —en la cual la publicidad es un medio más tiende a imponer una identificación entre los fines de la organización, los del cuerpo social y los del individuo. Las grandes empresas modelan las actitudes de la colectividad según sus necesidades.

En la segunda parte del libro, Galbraith examina las consecuencias provocadas por el cambio económico en el comportamiento social y político, así como las diferentes soluciones posibles. Lo importante, señala Galbraith al formular aquello que muchos años después se convertirá en un lugar común, no es la cantidad de bienes sino la calidad de la vida. Por ello es conveniente favorecer el fortalecimiento de los poderes compensadores, especialmente los científicos y universitarios. Exaltar los fines estéticos, subordinar a ellos la eficacia industrial y desarrollar la educación sólo lograrán entorpecer el condicionamiento del consumidor y contribuir a dar el golpe de gracia al sistema industrial. En sentido contrario a los precedentes, este sistema —afirma el autor— formula altas exigencias intelectuales. Para satisfacer éstas, crea una colectividad llamada, por su propia naturaleza, a impugnarlo. Según Galbraith, ahí radica la principal esperanza de una renovación.


Recibido como una especie de biblia por los estudiantes radicales de las Business Schools, “El nuevo Estado industrial” ha sido violentamente criticado tanto por los defensores del capitalismo como por los marxistas Los primeros lo consideran la obra de un utopista inquietante; los segundos le reprochan simplificar la realidad económica y descubrir las mismas taras en los regímenes industriales del Este y del Oeste.

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