En la tradición conservadora la
juventud es considerada un periodo de preparación para la vida futura, es
decir, la edad adulta y para acumular con miras a la vejez. Por eso, teóricos como Samuel
Huntington en El orden político y las
sociedades en cambio, no ve con buenos ojos a los movimientos
estudiantiles. Y es que, en efecto, en la juventud hay demasiada pasión,
audacia, riesgos no medidos… véase si no quien paga más alta la póliza de
seguro contra accidentes: un joven.
En la tradición liberal, y ésta
la entiendo en el sentido estadounidense del término que abarca lo que
entendemos como izquierda, los jóvenes se ven herederos románticos de un halo
de pureza que les hace inocentes y con derechos a participar sea cual sea su
comportamiento. Sin embargo, y a pesar de la simpatía que pueda despertar la
rebeldía juvenil, no puede ignorarse que muchas veces cae en extremos radicales
como las revoluciones, en donde los jóvenes son participantes destacados. Tomemos
como muestra la revolución mexicana y su culto a la juventud. Pero esta
simpatía por la participación de los jóvenes no puede llevar a ignorar los excesos
en que caen, como fueron los Khmers Rojos, en Camboya.
En México, como he dicho, existe una
tolerancia a la presencia política de los jóvenes. Sin embargo, no puede
afirmarse que su participación haya ayudado a ofrecer salidas racionales y
sensatas a los problemas políticos, debido quizás al autoritarismo existente en
la sociedad mexicana.
El movimiento #yo soy 132
dinamizó la coyuntura política que concluyó el día de hoy, 1º de julio, dándole
interés a la campaña presidencial. Pero los jóvenes de este movimiento se han
colocado fuera de la ley al no respetar la veda electoral y manifestarse
abiertamente en contra de un candidato.
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